Bienvenido a mi dominio

¡Hola a todos!

Hace poco comencé a escribir, todo empezó como un reto que me pusieron, y este es el resultado, quiero comentaros que no todo el mundo le puede gustar lo que escribo, eso no quiere decir que sea un vivo reflejo de lo que soy.

Esto no lo podría hacer sin la ayuda incondicional de Mary Ann corrigiendo mis fallos garrafales y sin May Packer editando el blog. Gracias Chicas.


domingo, 30 de marzo de 2014

NOCHE DE AMBERES III

Noche de Amberes III



Nos despertamos con una resaca un poco achampanada. Me dolía la cabeza y solo tenía ganas de quedarme en la cama. 

Jessica se fue a la ducha. Cuando volvió, me había vuelto a dormir. Ella sin quererme despertar, se bajó a la cafetería a desayunar, y aprovechó para pasear y hacer algo de shopping.

Cuando me desperté, y vi que no estaba la llamé por teléfono:

Hola, ¿por dónde andas?

—Estoy por la calle principal, no quise despertarte. ¿Cómo te encuentras?

—Uffff… Me duele un poco la cabeza. Anoche bebimos un poco de champán —Le contesté soltando un carcajada.

—Jajaja… Sí, sólo un poco… ¿Qué piensas hacer? —me preguntó.

—No sé Jessica. Voy a ducharme y comer algo. Son las cinco de la tarde, nos quedamos aquí una noche más, ¿verdad?

—Sí claro, esta noche nos quedamos aquí. Saldremos a cenar si quieres a un restaurante de aquí, y nos meteremos pronto a la cama. Mañana salimos temprano.

—¿Temprano? ¿A dónde me quieres llevar?

—Bueno, bueno, no preguntes, déjame que te sorprenda. ––Me contestó sonriendo.

Las sorpresas de ella me daban miedo, pero a la vez me agradaban. Nunca sabías lo que podía ser.

—Come algo ligero y a las nueve vamos a cenar. Yo estaré ahí dentro de una horita.

—Vale, te veo en la cafetería.

Me metí a la ducha, ¡Diosss… Qué sensación más buena, sentir esa cantidad de agua caliente sobre mi cabeza. Me bajé y me pedí un café americano con un poco de leche, y unas tostadas con filette Americane. Ojeé un poco el diario del día, y me fijé en aquel anuncio: en él se explicaba que en dos días habría posibilidad de correr con coche propio en parte del circuito de Francochamps y pasar por la curva Larouge. ¡Joder, poder correr en ese circuito con el SLK seria un sueño! Con sus casi 300 caballos… y pasar por esa curva que en su parte alta era ciega… ¡Sería una auténtica subida de adrenalina!

Jessica entró a la cafetería cargada de bolsas.

—¡Vaya, vaya! ¿Girls shopping day? ¡Cómo se nota que te gusta comprar!

—Sí, he visto varias cosas que me gustaban, y las he comprado. ¿Cómo te sientes? ¿Recuperado?

—Sí, este café y las tostadas me han devuelto la vida.

Nos subimos a la habitación un rato y vino lo inevitable:

—Bueno Víctor, no hemos podido hablar sobre lo de anoche. ¿Qué te pareció la experiencia?

—Pues si te tengo que ser sincero, me pareció de locura. Todavía no sé cómo pude hacerlo, pero me gustó… y ¡me gustó mucho! —Le respondí mirándole directamente a los ojos —Y ahora entiendo también lo de tu tatuaje en la espalda: es lo mismo que ponía en el lienzo colgado de la pared.

—¡Jajaja… buen observador! Sí, me lo hice después de la primera vez que vine. Me gustó el significado y desde entonces me lo aplico cada vez que quiero y me apetece.

—Y… ¿has venido aquí también con tu marido?

—No, él no sabe nada de esto. Él está muy ocupado con su barco, sólo le interesa navegar, pasar tiempo en alta mar… – suspiró Jessica

—¿Es por eso que buscas lo prohibido?

—¡Sí! Me da vida, y fuerzas para seguir con mi matrimonio. Yo quiero a mi marido, pero lo nuestro ha llegado a un límite que sólo se sustenta por el negocio del velero.

—Pero… – quise preguntar, cuando me interrumpió.

—Mira Víctor, yo no pregunto nada de tu vida privada. Dejemos esto tal y como es: yo me he encaprichado contigo y quiero satisfacerte en todo. Es mi manera de poder entregarme a alguien sin pedir nada a cambio.

No supe qué contestar. Sólo que me acerqué, la besé suavemente y respondí:

—Y yo te lo agradezco, jamás me había imaginado esto. Gracias.

Ella se levantó, cogió una de las bolsas grandes y me la dio.

—Toma, ábrelo, es un regalo que te hago. Espero que te guste.

Lo abrí. Era un cuadro pintado a carboncillo. Una mujer semidesnuda con el pelo suelto. Tenía un aire a ella.

—¡Wow, Jessica, qué preciosa! Me encanta. Lo colgaré en mi habitación y cada vez que lo mire, me acordaré de ti.

—Me alegro de que te guste. Por eso mismo lo compré, para que te acuerdes de mí, y no olvides estos días.

Era una mujer increíble, pero yo mantenía mis emociones a raya. Me empezaba a gustar de verdad, y no quería hacerme daño: al fin y acabo era casada. Nos abrazamos y decidimos prepararnos para ir a cenar. Ella había reservado en un asador junto al río.

Yo me puse a afeitarme mientras ella se metía a la ducha. Su cuerpo desnudo, verla como se echaba espuma por sus pechos mientras me miraba fijamente a través del espejo, con sus ojos desafiantes, me excitaba tanto que entré a la ducha y de un movimiento le di la vuelta y la empalé duramente. Le introduje mi polla erecta en su vagina:

—¿Es esto lo que quieres? ¿ Que te folle duro?

—¡Sí! ¡Fóllame así, por detrás, hazme tuya!

La embestía duramente, como si estuviera poseído. Ella gemía de placer, pidiendo que le diera más duro, que le azotara el culo.

—¡Joder, Víctor… Me gusta cómo me estas follando ¡Cógeme del pelo y tírame de él!

Le tiraba de aquel pelo rubio con fuerza mientras ella se masturbaba su clítoris hinchado, llegando al orgasmo, pidiéndome que la penetrara lo más duro que pudiera. Eso me hizo enloquecer, dándole tan duro, que me hizo llegar y correrme dentro.

—¡Víctor, me vuelves loca! ¡Cómo me gusta que me folles, así, sin esperármelo!

—Jessica, me alegro de oír eso, porque a mí me encanta hacértelo.

Nos arreglamos y salimos a aquel restaurante en que había reservado. Fuimos andando, ya que no estaba lejos. ¡Qué bonito era ese lugar de noche, las luces de las farolas reflejado en el río, la catedral iluminada con su Citadelle custodiándolo! Llegamos al restaurante, muy coqueto, con iluminación tenue y nos recibió el maître.

—Bon soir, Mademoiselle, monsieur, ¿tienen mesa reservada?

—Sí monsieur, a nombre de Suárez.

—Síganme por favor.

Nos llevó a un saloncito privado, donde no había más que cuatro mesas, con campanas extractoras encima de ellas.

—Donde gusten señores, os recomiendo la mesa del fondo.

—¡Qué bonito es este lugar, gracias por traerme aquí!

— De nada. Suponía que después del marisco de anoche, te apetecería algo de carne. Y aquí sirven la mejor carne que puedes encontrar y encima, te la puedes hacer a tu gusto aquí, en la mesa.

—Sabes cómo sorprenderme Jessica, me encanta asar la carne a mi gusto. Suelo ir mucho al asador que hay junto a la estación de trenes en Amberes.

—Jajaja... Vaya, otro acierto entonces. Me alegro. —Me respondió con una sonrisa.

Nos pedimos un combinado de carne de vacuno, con salsas y patatas al horno como guarnición, regado con un vino tinto crianza.

—Jessica, sé que salimos mañana a un destino sorpresa, pero quería comentarte algo que he visto en el periódico y me gustaría hacerlo, ya que estamos aquí.

—Dime, ¿qué es?

—Dentro de dos días, abren el circuito de Francochamps al público, para poder correr con tu propio coche, y ya que estamos aquí, me haría ilusión correr con el SLK.

—Víctor, me encantaría hacerte realidad ese sueño, pero lo que tengo planeado te va a gustar.

—¿Y como sabes eso? ¿Cómo estas tan segura de ello? – Le pregunté con voz de decepción.

—Simplemente lo sé, pero te prometo que si no te gusta lo que tengo planeado, estaremos aquí pasado mañana para que puedas cumplir tu deseo de correr.

—Vale, trato hecho. – Le contesté.

Tampoco era cuestión de pedir o exigir. Al fin y a cabo, ella proponía y yo aceptaba.

Cenamos bien rico, la carne se cortaba como la mantequilla, el vino era excelente y el postre… ¡Qué decir del postre! Eso me lo quedo para mí.

Era casi media noche y decidimos irnos a dormir. Jessica quería salir temprano a algún destino, que por mucho que le preguntara, no había manera que me dijera. A la mañana siguiente, un susurro me despertó.

—¡Buenos días Víctor, hora de despertarse, empieza la sorpresa!

Miré el reloj: eran las seis de la mañana.

—¡Jessica… mira la hora que es! —Le contesté dormido. —¿No podemos quedarnos un poco más? ¡Ni que fuéramos a Oostende, que está a cinco horas de camino de aquí.

—¡Venga gruñón! Que nos espera un camino algo más largo que eso. —Sonrió con picardía.

—¿Más que eso? Pero ¿a dónde me llevas?

—Nos vamos a… No te lo digo aún. Lo sabrás cuando estemos en el coche y lo programe en el GPS.

—¡Vale! Pero antes de eso… ¿qué te parece si me despiertas bien con una mamada?

—Hmmmm… ¿Quieres que te la chupe de buena mañana?

—¡Sí… me encanta que me la chupen recién despierto!

Jessica se metió debajo de las sabanas, me bajó los shorts, y empezó a chuparla con delicadeza, jugando con ella, como si fuera una piruleta, consiguiendo una erección al instante. ¡Dios, qué bien la chupaba! Sabía llevar en cada momento el ritmo con la boca y la mano.

—¡Joder Jessica, qué rico lo haces! Intenta metértela entera en tu boca, quiero sentirla entera dentro.

Poco a poco fue metiéndola entera en sus labios, mientras me masajeaba los huevos, no dejaba de mover la lengua. Me la mamó sin sacarla, haciéndome llegar al clímax, corriéndome en su garganta. No paró de succionar, sin inmutarse, tragándose todo mi semen.

—¡Mmmmm, qué rica estaba tu leche, calentita! —Dijo relamiéndose. —Y ahora que estás bien despierto… ¡Vamos! ¡A ducharse, que nos vamos!

Se levantó y como siempre, se metió primero a la ducha. Yo me quede en la cama, recuperándome de mi despertar mañanero. Cuando salió de la ducha, me tocó a mí. Y una vez recogido todo, bajamos y nos despedimos de la Madamme del hotel.

Nos subimos al coche y Jessica me mandó cerrar los ojos. No quería que viera el destino final, sino que condujera obedeciendo a esa voz femenina del GPS.

—Bueno muchacho, ya está: ¡a conducir! y sorpréndete de tu nuevo destino. —Me dijo con una sonrisa.

Metí la directa y allá fuimos. Conducir en aquel coche era una gozada y no se me quitaba de la cabeza la posibilidad de correr en el circuito. Conduje por unas dos horas, dirección París. Me extrañaba, pues solo íbamos por autopista, hasta que vi el cartel de Aduana de Francia.

—Jessica, ¿vamos a Paris? —Le pregunté sorprendido.

—No lo sé… tendrás que esperar hasta que la voz te diga “Ha llegado usted a su destino”. —Me contestó con una sonrisa. —Me gusta verte con esa cara de sorpresa Víctor. Es lo que echo de menos en un hombre: que pueda sorprenderle y hacerle sentir bien y único.

—Pues lo estas consiguiendo: me sorprendes cada vez más.

Pasamos la frontera, cuando la voz me hizo desviarme del destino que yo pensaba que iba a ser. Ahora me indicaba en dirección hacia la costa, lo cual me sorprendió aún más.

No quise preguntar, sería tontería y absurdo, pues su boca estaba sellada, así que me limité a disfrutar del paisaje y de su compañía.

Seguimos hablando: observé que ahora había más fluidez y nos contábamos experiencias vividas. Después de cuatro horas y media de conducir por unos paisajes verdes, atravesando la zona de Normandía, llegamos.

“Ha llegado usted a su destino”. Y ahí estaba: un castillo catedral en medio del mar, rodeado de casitas medievales, Mont Saint Michelle.

Jamás había visto algo tan bonito. Mi sonrisa era de oreja a oreja, y mis ojos brillaban de felicidad.

—¡Dios Jessica, qué bonito es este lugar! Pero ¿cómo sabes que me pueden gustar estas cosas tanto?

—Ay amigo, será intuición femenina, pero sabía que esto no podía fallar contigo.

—Pues has acertado, cielo. Si hay algo que me fascina es esto y todo lo relacionado con la segunda guerra mundial. ¡Y encima estamos cerca de la zona del “D day”!

—Lo sé, y por eso te he traído aquí. Quiero que pasemos el día aquí y conducir por toda la zona del desembarco.

—Gracias Jess. No sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo. Jamás me pude imaginar que cambiaría mis vacaciones en España, y encontrarme aquí, junto a una mujer bella, hermosa, y que encima sabe lo que me gusta, como si fueras una pitonisa. Jajajaja.

—Me alegro que lo hicieras. Ahora vamos a pasear por el castillo y a disfrutar de una buena mariscada.

Dejamos el coche fuera, en el parking, ya que era imposible llegar con él: sólo se podía acceder con marea baja.

Pasamos por el arco de entrada, y ¡entramos en otro mundo! ¡Como si estuviéramos en el siglo XVI! Calles empedradas, llenos de puestos ambulantes y pequeños restaurantes, la mayoría de mariscos.

Entramos a uno de ellos que tenía una terraza medio flotante sobre el acantilado. El tiempo acompañaba, hacía calor y podíamos disfrutar de esas maravillosas vistas.

Nos pedimos unas ostras planas, unos langostinos en salsa de nata con puerros, y como plato fuerte lenguado en salsa de naranja, todo ello regado con una botella de Moët & Chandon Cordon Rouge, ya que no tenían el Don Perignon que a ella tanto gustaba.

Era todo tan perfecto: buena compañía, un lugar increíble,… y todo sin soltar un Euro. Me sentía como un gigoló, y eso en cierto modo me incomodaba, pero es que ella no dejaba que pagara nada.

Después de la comida, nos dimos una vuelta por las calles empinadas que subían hacia la catedral, donde en lo alto de la torre, había un ángel guerrero de color oro pisando con su pie a un dragón: ese era Saint Michelle.

Por la tarde, cogimos el coche y nos fuimos a ver la playa de Omah, donde desembarcaron los Americanos para terminar con la tiranía de los alemanes.

Había bunkers por todas partes y museos que exponían todo tipo de artículos de la guerra.

Jessica me miraba y disfrutaba de mi alegría, de verme contento con esta sorpresa.

—¿Te lo estás pasando bien? —Me preguntó con su sonrisa peculiar.

—¿Que si me lo estoy pasando bien? Estoy como un niño con zapatos nuevos: siempre quise venir a este lugar y ver parte de la historia que cambió el mundo.  —Respondí entusiasmado.

Pasamos toda la tarde por la zona hasta que llego la noche y era hora de buscar un hotel.

—Bueno, supongo que el detalle de pasar la noche también lo has pensado, aunque no sé cómo ni en qué momentos lo haces o planeas.

—No, es verdad, no se me ha pasado ese detalle. He reservado una habitación en un hotel cerca de aquí. Cuando quieras vamos.

—Pues sí. Quiero ducharme, cenar y echarte un buen polvo. Quiero agradecerte todo esto con una buena sesión de sexo.

—¡Hmmmm… me gusta el plan! Sólo de pensarlo me pones cachonda. ¿No quieres que te la chupe aquí mismo, en el coche? —Me preguntó riendo.

—¡Qué caliente eres, Jessica! Me pones muy cachondo, pero prefiero esperar al hotel.

Nos fuimos al hotel que había reservado. Nos duchamos, cenamos en el restaurante del hotel, y subimos a la habitación.

Esta vez era muy sencillo, pero muy limpio, y la cama era enorme.

Cuando abrió la puerta, la cogí por la cintura y la empujé hacia la pared. Empecé a besarla, mientras me disponía a meter mi mano debajo de su falda, buscando su coño caliente. Estaba muy cachondo, y eso se lo transmitía a ella.

—¡Joder Víctor, cómo estás! ¿Me quieres poseer con fuerza? Me gusta la idea. —Jadeó mientras le introduje mis dedos en su hendidura.

Le subí la falda, y le bajé su tanga diminuta, despacito,… le besé los pechos y el ombligo,… hasta llegar a su… ¡Dios, qué bien olía! Estaba tan húmeda… empecé a lamer su rasurado coño, mientras pasaba sus piernas por encima de mis hombros y de un empujón, la levante hacia arriba, teniéndola a mi merced, sólo para mí, sin poder hacer nada, contra la pared.

—¡Joder Víctor! ¡Soy toda tuya! —Me jadeaba mientras me cogía del pelo, apretándome más hacia su humedad.

La lamí con tanta fuerza y pasión que ahí mismo tuvo su primer orgasmo, ofreciéndome su líquido.

—Sujétate Jess. Voy a llevarte a la cama.

Se sujetó y sin dejar de lamer, la tumbé en la cama. Le quite su falda y su parte superior, dejándola sólo con su sujetador.

—¡Ven aquí, déjame que te desnude Víctor! —Me pidió suplicándome.

Me acerqué a ella, y empezó desabrochándome los botones de la camisa, besándome el torso, mordiéndome los pezones, pasando su lengua húmeda. Después mis pantalones, dejándome con mis shorts azules.

—Hmmm… ¿Qué tenemos aquí, tan duro? —me preguntó sugerente.

—¿Lo deseas, Jessica? —le ofrecí yo.

Sin responder, la sacó y se la metió en su boca. Eso respondió a mi pregunta.

Empezó a chupármela como ella sabía, primero con delicadeza, jugando con ella, pero humedeciéndola con su saliva. (¡Bufff, me encanta que me la pongan así!) Después aumentaba el ritmo, metiendo mi polla dura entera en su boca.

—¡Para Jessica, que me haces correr!  —Le supliqué, aunque en el fondo no quería que parara, pero estaba cansado y si me corría en ese momento, no podría después tener otro orgasmo.

Así que la paré y le pedí ponerse de rodillas en la cama, para poder penetrarla por detrás.

¡Dios, qué culo más perfecto! Me gustaba tenerla en esa posición, me dejaba penetrarla mientras jugaba con su ano y observaba las letras árabes.

La empalé suavemente, viendo como entraba mi polla erecta. La follaba con un ritmo suave, sujetándome con una mano en su glúteo firme, mientras con la otra jugaba con su ano, penetrándola con mi dedo.

—¿Te gusta que te folle así? ¿Jugando con tu culo?

—Me encanta, me pones muy cachonda, caliente, quiero que me penetres mi culo mientras me frotas mi coño —me aclaró ella.

Cumpliendo sus órdenes, la humedecí bien su culo e introduciéndolo suavemente, empecé a follarla, sacándole unos gemidos de placer que a la vez me volvían loco a mí. Cuando estaba a punto de correrme, paré. Le di la vuelta, la cogí en peso y apoyado contra la pared le dije:

—Vamos a terminar esto como lo empezamos, contra la pared.

—¡Joder Víctor! ¿Me vas a follar por el culo así? —Me preguntó asustada.

—Pero… Víctor… Me vas a…

Sin darle tiempo a terminar, la empalé el culo, dejando que el peso la penetrara completamente. Empezamos a aumentar el ritmo, mientras ella se masturbaba su clítoris, gritaba, gemía fuerte de placer, sin importarle que los otros huéspedes pudieran oírla, llegando al clímax, haciendo que me corriera en su culo a la vez.

—¡Joder, Jessica! ¡Te has vuelto loca, con esos gritos has despertado a medio hotel! —Le dije riéndome.

—¡Pues para que se enteren que aquí se ha follado! Jajajaja. —Me contestó agotada.

La lleve a la cama, con mi pene aun dentro, y así nos quedamos un momento recuperando el aliento.

—Me encanta que me folles así Víctor. Me gusta pasar tiempo contigo, me haces reír y me encanta aún más verte lo feliz que te hago con mis sorpresas. Ojalá pudiéramos tener esta relación cada vez que yo viniera a Bélgica.

Eso me descolocó, porque todo empezó como una aventura de una noche, y ahora me estaba pidiendo que fuera su amante.

—Jessica, me gusta lo que estamos viviendo. Soy soltero y no me importa en este momento ser tu amante. Pero mis perspectivas son otras: quiero enamorarme y entregarme a una sola persona y está claro que contigo eso no podría ser.

—Lo sé, perdóname. Ha sido egoísta por mi parte, no tenía que haberte preguntado.

—Bueno, no te preocupes. Venga, vamos a ducharnos y a dormir.

Los días pasaron. Ella me llevaba de un sitio a otro, por toda la costa de Normandía, y cada día era mejor que el otro. No me podía imaginar en mis mejores sueños unas vacaciones así.

Llegó el día de despedirnos, y lo hicimos sabiendo que ahí terminaba todo. Estuvimos unos días en contacto por teléfono, recordando las vivencias, y yo no podía olvidar la frase de su tatuaje: “Disfruta de lo prohibido” = التمتع ممنوع.

Recordaba también otra de las máximas de Jessica: “Lo prohibido lo hace más interesante”

En poco tiempo dejó de llamar y no supe nada más de ella. Yo seguí con mi vida pensando, que igual me podía dedicar a ser acompañante de mujeres falta de afecto y aventuras.




Fin

sábado, 8 de marzo de 2014

NOCHE EN AMBERES II

Noche en Amberes II


A la mañana siguiente, Jessica se despertó tarde, eran sobre las once. Se giró para mirar al hombre que le había hecho disfrutar tanto la noche anterior, y se llevó la sorpresa:

¡No estaba! En su lugar encontró una nota:

 “Jessica, fue increíble lo de anoche. Si lo que me dijiste va en serio, te dejo mi número y me llamas.”


No se lo podía creer, le había dejado una nota, algo que normalmente sucedía al revés.

Se levantó y se dio una ducha, mientras recordaba el momento cunnilingus de la noche anterior.

Yo, mientras tanto, me había ido a casa, pensando que quizás no me llamaría y que encima había perdido el vuelo.

“¡Esto te pasa por pensar con la punta de la… y no con la cabeza!” Me decía una y otra vez. Me tumbé en la cama y me quedé dormido.

Jessica tomó su desayuno tranquilamente en el lounge bar del hotel, leyendo el diario. Hizo unas llamadas telefónicas mientras no dejaba de pensar.

Ella lo único que quería era tenerme cerca, y disfrutar como me había prometido. 

Cogió el teléfono y me llamó:

—¿Sí, quién llama? —Pregunté con voz ronca.

—¡Hola Víctor, soy Jessica! ¿Te acuerdas de mí? La rubia con la que estuviste anoche. —me dijo con voz melosa.

—¡Heyyy… Jessica… estaba deseando que me llamaras, deseaba que lo hicieras! —Le contesté sonriente.

—No entiendo lo de la nota, Víctor. Te supliqué anoche que te quedaras conmigo durante tus vacaciones, hablamos de ello. ¿Por qué te fuiste?

—A ver Jessica, sólo quería asegurarme de que realmente deseabas que estuviera contigo.

—Pues ya ves, quiero y deseo ahora mismo ir a recogerte. Como tienes la maleta hecha para tus vacaciones, no tienes que hacerla. Dime dónde vives y voy a por ti.

Le pasé la dirección, y me puse a sacar algunas cosas de la maleta, que no me pondría. Metí algunos pantalones y camisetas de manga larga.

Pasó media hora, cuando Jessica llegó con su flamante Mercedes a la puerta del edificio.

Me hizo una llamada para avisarme de que estaba abajo esperándome y se cambió al lado del acompañante.

Bajé enseguida, metí la maleta en la parte de atrás, me senté en el coche y suspiré.

Me acerqué a ella, le di un beso con mucha pasión en sus labios y le susurré al oído:

—Nos lo pasaremos bien Jess. —Y le mordí suavemente el lóbulo,  provocando que se le erizara el vello y al sentir ese escalofrío recorrer su cuerpo, se giró y me besó en los labios, respondiendo:

—No lo dudo, estoy deseando empezar esta aventura.

—Bueno… ¿Hacia dónde me rapta mi preciosa conquista? —Le pregunté.

—Pues… Es una sorpresa, pero te adelanto que vamos a pasar unos días en Dinant.
Así que rumbo hacia allá.

El viaje sería de unas tres horas, así que tuvimos tiempo de hablar y conocernos algo más, ya que la noche anterior, no habíamos hablado casi nada.
Yo le pregunté a qué se dedicaba y ella me contó que era dueña de un velero de turismo. El marido se encargaba de llevarlo, y ella de la administración y marketing. Lo cierto es que no estábamos demasiado interesados en la vida del otro, los dos sabíamos que esta aventura tenía un principio y un final, y de nosotros dependía cómo terminara.

A medio camino paramos para tomar un café y estirar las piernas, momento que ella aprovechó para programar el GPS y poner el nombre del hotel que había reservado esa misma mañana.

En poco más de lo previsto llegamos a nuestro destino.

Le Merveilleuse, un antiguo convento a orillas del río Mosa, transformado en hotel, con un trato familiar, pero que mezclaba lo antiguo con lo moderno.

—¡Joder Jess, es un convento! ¡Estoy flipando con el interior… Es increíble! —Dije asombrado del lugar, sin querer pensar con quién habría estado ahí anteriormente.

—Me alegro de que te guste, la cena y el postre te van a encantar aún más. —Me respondió con su peculiar voz de pícara.

Estuvimos más de diez minutos esperando a que alguien nos atendiera, lo cual me estaba poniendo nervioso, sin embargo Jessica estaba muy tranquila.

Por fin llegó una mujer ya entrada en edad, y se acercó a Jessica con una sonrisa.

—¡Bonsoire Madmoiselle Fallow! ¡Qué alegría volver a verla por aquí! Hacía tiempo que no venía.

—¡Bonsoir Madamme Dujardin! Como siempre se le ve estupenda. Le presento a un amigo, el señor Víctor Suárez.

—Encantado, Señora.

—Hmmmm… ¡Qué muchacho más hermoso! Me alegra tenerle entre mis huéspedes. —Me contestó con una sonrisa.

Yo no entendía nada y tampoco quería saber, estaba claro que ellas se conocían.

—¿Tiene usted todo preparado, como le había pedido por teléfono? —Le preguntó Jessica.

—Sí claro. Su habitación está preparada Madmoiselle, no se tiene que preocupar por nada.

Le entregó la llave, dándole dos besos y susurrando al oído:

—Te has superado, Jessica. —Y se despidió.

—Vamos Víctor, vamos a dejar las cosas en la habitación y demos un paseo antes de cenar.

Subimos a la habitación, en la última planta. Si la de Amberes era alucinante, ésta lo era más. Tenía una cama enorme y el cuarto de baño estaba integrado en ella, con jacuzzi y preciosas vistas sobre el río Mosa. Dejamos las maletas y salimos a pasear por los alrededores, el lugar era precioso, con casas de color gris del siglo XVI, la catedral y la Citadelle, un antiguo fortificación.

Al rato volvimos al hotel. Decidimos darnos una ducha y prepararnos para la cena. Pusimos en marcha el jacuzzi para relajarnos un rato y me acerqué a ella, sugerente.
En cuanto coloqué mi mano en su coño, me la retiró sonriendo.

—No, Víctor. Dejaremos el sexo para después. Vamos a relajarnos, ponernos guapos y bajar a cenar. Te garantizo que te gustará.

Así que me aguanté mis ganas y decidí hacerle caso.

Sí… Realmente era un placer relajarse en el jacuzzi y disfrutar de esos minutos de tranquilidad. Creí que me quedaría dormido, pero al cabo de media hora Jess me avisó:

—Vamos a vestirnos, Víctor. Tenemos mesa reservada para las ocho y media.

—¿Y qué me pongo? Sólo me he traído ropa informal, no sabía que me ibas a traer a un sitio tan exclusivo.

—No te preocupes, lo tengo todo previsto.

—¿Cómo que lo tienes previsto? ¿Acaso te has traído un traje de tu marido?

—Jaajajaaja… ¡No guapo! Mi marido es mucho más alto que tú, pero… ¿Te acuerdas que te pregunte si te gustaban las sensaciones fuertes?

—¡Ay… Jess…! ¿En qué estarás pensando ahora? ¡Miedo me das!

Jessica fue hacia el armario y sacó dos perchas con unos cubres trajes y me dio una:

—Aquí tienes tu vestimenta para esta noche, te va a parecer algo raro, pero ya sabes que conmigo todo es sorpresa.

—¿Es lo que pienso que es, Jessica?

—Creo que sí, esta noche es una cena donde todos los huéspedes se disfrazan así: vosotros de cura y nosotras de monja.

—¡Joder…! ¿De verdad me estás hablando en serio? —Le pregunté asombrado.

—Sí muy en serio, y créeme, vas a vivir la mejor experiencia de tu vida. Ahora póntelo, quiero ver como te queda. ¡Ah…! Y sin nada debajo por favor. Es una norma.

No daba crédito a lo que estaba viendo ni escuchando, pero como estaba dispuesto a disfrutar al máximo todo esto, me dispuse a ponérmelo.

Ella se puso el suyo, jamás había visto una monja tan atractiva, y solo pensar que no llevaba nada debajo ya me estaba excitando.

—No quiero saber ni preguntaré nada. Me dejaré llevar por lo desconocido, me da mucho morbo verte así, y esto solo puede ir a mejor.

—Claro que sí, te prometí que ibas a pasar unas vacaciones que jamás ibas a olvidar, y así será. Tú sólo déjate llevar, abre tu mente y disfruta de lo que vamos a vivir ahora.

Esas palabras me tranquilizaron.

Jessica transmitía seguridad y eso me confortaba, pero antes de bajar, abrimos una botella de Champagne que ella había pedido que estuviera preparada a su llegada.

—Un brindis: por ti… por mí… y por habernos encontrado.

—Sí Víctor, y brindo también por otra cosa: brindo porque lo desconocido puede ser lo más morboso y excitante, y viéndote vestido de cura con tu sotana, lo hace aún más interesante. —Terminó riendo.

Nos tomamos la copa de un trago y nos dispusimos a bajar.

—¡Sígueme y a partir de ahora, mantendrás silencio absoluto! Sólo harás señal con un sí o un no. Hablaras cuando yo te lo permita. Te dejaras hacer sin poner resistencia. ¿Entendido?

—Sí Jessica. Me asustas con esto, pero estoy dispuesto a vivir la experiencia, aunque… ¿Y si no quiero seguir? ¿Puedo dejarlo e irme a la habitación?

—Si no quieres seguir o te ves incapaz, sólo tienes que decírmelo, y nos levantaremos, pero estoy segura que eso no pasará.

Bajamos hasta la primera planta, y en vez de ir al comedor principal, entramos por una puerta que nos llevaba a una sala privada, decorada como si fuera una Iglesia.

Las mesas estaban a los laterales y al fondo, una mesa principal.

Había colgado un lienzo grande con unas letras árabes escritas verticalmente. Me llamó la atención especialmente ya que, si íbamos vestidos de católicos, ¿por qué había letras árabes?

Los camareros y camareras iban vestidos de monaguillos; era curioso, y a la vez divertido.

Nos condujeron a nuestro sitio, no había mucha gente, unos veinte. Estaba claro que la cena era privada.

Yo, como me había sido mandado, no abría la boca, sólo me limitaba a observar lo que pasaba a mi alrededor.

De repente, un camarero tocó una campanilla y Jessica me hizo una señal para que me levantara.

Por una puerta pequeña, entró la dama que me había presentado Jessica al llegar.

Se dirigió hacia la mesa central, nos hizo una señal para que nos sentáramos y nos dio la bienvenida.

—Bienvenidos a esta cena tan especial. Algunos de vosotros sois conocidos y asiduos, otros son nuevos, atraídos por la curiosidad. Para ellos quiero decir unas palabras. Divertíos con la cena que os hemos preparado, esto es privado: lo que ocurre aquí, queda aquí. ¿Entendido?

Todos los que éramos nuevos, inclinamos la cabeza.

—Pues como dice nuestro lema aquí escrito “¡Disfruta de lo desconocido!”

Sonó la campanilla y empezaron a traer el primer plato.

Bogavante con salsa de mantequilla. Había algo más que me llamó la atención, no había servilletas, ni cubiertos, sólo un cuenco con agua para cada uno. 

No salía de mi asombro, era todo tan raro, pero a la vez muy excitante y desconocido para mí.

Jessica me apretó el muslo y me susurró al oído:

—Lo estás haciendo muy bien. Yo te guiaré y te cuidaré para que te sientas cómodo en esta cena. Disfruta de lo que va a comenzar ahora.

El bogavante estaba riquísimo en esa salsa templada, pero no podía evitar mancharme de salsa la boca y la comisura de los labios. Miré a Jessica preguntándole sin palabras “¿Cómo me limpio?”

Ella hizo una señal a una camarera que vino hacia mí, se puso a mi lado, me cogió la cara, y empezó a lamerme toda la salsa sobrante. ¡Diosssss! ¡Qué excitante era eso! Notaba cómo se me ponía dura. Luego cogió la copa, le dio un trago, mientras Jessica me ordena a inclinar la cabeza hacia atrás, y se acercó para pasarme ese líquido delicioso a mi boca, como si fuera una fuente.

Jessica entonces se dirigió hacia mí y con su sensual voz me pidió:

—Lo que te ha hecho ella, ahora me lo haces a mí: límpiame y dame de beber.

Me acerqué a ella y empecé a pasarle mi lengua por la comisura de sus labios, mientras ella metió su mano por debajo de mi sotana y empezó a masajear mis testículos. Luego di un sorbo a la copa y le pasé el brebaje tal y como me habían hecho a mí, solo que yo acabé besándola e invadiendo con mi lengua su boca.

—Bien Víctor, ¿te va gustando la cena? —Me preguntó con una mirada devoradora.

Asentí con mi cabeza.

Recogieron los platos y otros camareros entraron con unas mesas largas, colocándolas en el medio de la sala. La madame que presidía la cena, dio orden de que nos levantáramos y nos pusiéramos alrededor de ellas: hombres en una y mujeres en otra.
Levantaron los manteles descubriendo a una mujer y un hombre cubiertos de sushi.

El silencio era absoluto, todos sabían que hacer en cada momento. Yo me encontraba algo perdido, pero Jess me decía cuando y como podía hacer las cosas. Empezaron a comer, y fue una sorpresa lo que vi: no comían los sushis con palillos, sino con la boca, se acercaban al cuerpo y se lo comían.

Era morboso verlo, así que me animé. Jessica se acercaba a la zona íntima del hombre, dispuesta a probar un maki.
Verla disfrutar me excitaba, y sólo pensaba ya en subir a la habitación para follarla.

De repente, Jessica se acercó, me cogió de la mano, se fue hacia nuestra mesa, se subió a ella a cuatro patas, levantando su hábito y dejando su culo y su hendidura al descubierto.

Me pidió que le chupara, y yo obedecí como se me fue ordenado.

Empecé a lamerla, a chupar su humedad, no me importaba que me vieran, me excitaba más saber que nos estaban mirando. Otras parejas se dedicaban a besarse, comerse la boca, ¡Era una locura! Se acercó una camarera con una botella y empezó a echar ese líquido dorado por el medio de las nalgas, bajando directamente a mi boca. Jessica gemía de placer al sentir el frío bajar por su sexo.

Me mandó tumbarme boca arriba en la mesa, mientras ella lo hizo al mi lado, levantando la piernas en el aire y sujetando sus caderas con las manos para que la camarera le echara champán dentro de su coño. Apretó sus músculos vaginales para retener el líquido, se levantó y se puso a horcajadas a la altura de mi cara, ordenándome:

—Bébete mi líquido como no lo has hecho nunca —y empezó a dejar caer ese brebaje frío espumoso en mi boca.

Me estaba haciendo una lluvia dorada con champán. ¡Joderrr! ¡Qué morbo producía eso!

No suficiente con ello, como colofón, la camarera tomó un sorbo, y empezó a chupar mi polla colocándose debajo de la túnica.

Jessica, me observaba disfrutar del juego.

Se acercó y me susurró:

—¡Hora de pasarlo bien tú y yo solos! Ya puedes hablar.—He hizo una señal a la camarera para que se retirara.

—¡Joder, Jess! ¡Por fin!

—¿Qué? ¿Qué tal la experiencia? ¿Te ha gustado?

—Me ha encantado, pero ahora quiero follarte a solas. Esto ha sido demasiado, para ser la primera vez.

Nos fuimos hacia la habitación, dejando a los demás en su particular orgía. 

Cuando abrí la puerta de la habitación, no podía dar crédito a lo que veía, estaba todo decorado con velas pequeñas, pétalos de rosa por la alfombra…

—Jess, no me lo puedo creer. Me tienes sorprendido. No sé ni qué decir.

—Ya te dije que no te ibas a arrepentir si te quedabas conmigo.

—Ahora, ábrete esa botella que hay en la cubitera, mientras yo me voy al baño —Me besó mientras me tocaba el trasero.

Puse algo de música mientras tanto. Había todo tipo de CDs, y elegí una de música tántrica.

Cuando salió del baño, me quede atónito. ¡Qué mujer más hermosa!

Sólo llevaba unos tacones negros y unas medias a juego hasta los muslos, su pelo rubio suelto, los labios pintados de rojo pasión  y un piercing en el ombligo, se dio una vuelta preguntando con una sonrisa:

—Te gusto, padre Suárez?

—¿Que si me gustas, sor Fallow? ¡Me encantas, me vuelves loco! —Le contesté con mi túnica aún puesta.

Se acercó hacia mí como si estuviera haciendo una pasarela, y empezó a morder mi oreja mientras me quitaba la túnica, dejándola caer a mis pies.

Empezó a jugar suavemente con mi polla, consiguiendo que se pusiera dura enseguida. Tampoco era de extrañar, estaba muy excitado y con unas ganas de penetrarla, pero quería seguir su ritmo y juego.

Esta mujer sabía como volver loco a un hombre.

La levanté en peso, sujetándola por sus nalgas, rozando su intimidad con mi pene erecto, y empezamos a besarnos con la lengua suave, sintiendo cada respiración, mientas la llevaba a la cama.

La tumbé, bajé con mi lengua buscando sus pechos, encontrándome unos pezones erectos y duros, hermosos,… Los chupaba, apretándolos con las manos. Ella no dejaba de gemir, cogiéndome de los pelos y empujándome hacia abajo, para que buscara su rasurado monte de venus.

 ¡Jessica, cómo me gustas, me vuelves loco!

—Cómeme, chúpamelo, hazme correr con tu boca! Quiero darte lo que llevo todo la noche deseando…
Estaba tan excitada, que no tardó en correrse, dándome su jugo perfumado.

—¡Siiiiiiiii…Víctor… No pares, Diossssss…! ¡Cómo me gusta correrme en tu boca!

Jessica se retorcía de placer, apretando sus piernas, invitándome a que no parara.

Cuando se relajó un poco le di la vuelta, para poder penetrarla, y volví a fijarme en aquel tatuaje que llevaba. Me di cuenta que eran las mismas letras que había en aquel lienzo.

 Ya sé qué significa tu tatuaje —le susurré al oído.

—Pues… “Disfruta de lo desconocido”.

Antes de que pudiera seguir y follarla, me pidió que me tumbara en la cama.

—¿Has hecho alguna vez el amor con los ojos vendados? —Me preguntó.

—Una vez, y me gustó mucho.

—Pues vas a experimentar algo distinto. —Se acercó a la mesita de noche, y sacó varias cosas de ella.

—Vaya… Ahora entiendo la pregunta a la Madame, de que si lo tenía todo preparado.

—¿Preparado? —Me preguntó con una dulzura a la que no me podía resistir.

—Listo: soy todo tuyo. ¡Hazme enloquecer de placer!

Cogió un antifaz oscuro y me lo puso, quedándome completamente a su merced.

Confiaba plenamente en ella. Me ató las manos a la cama, dejándome los pies sueltos.

—¿Confías en mí? —Me volvió a preguntar.

—Sí Jessica, plenamente.

—Ahora relájate y disfruta. Me  respondió al oído. —Vas a experimentar lo que nunca antes habías sentido!

Y empezó con pasarme suavemente la lengua por la comisura de mis labios, casi sin tocarme, mientras me echó aceite por el pecho, y empezó a masajearme, sin dejar de invitarme a besarla. Lo deseaba, pero cada vez que me acercaba, ella se alejaba lo justo para no tentarla con mi boca.

Noté cómo se sentaba encima de mí, y se echaba aceite por su cuerpo, repartiéndolo por sus pechos y empezó a darme un masaje con ellos, arriba, abajo, en círculos…

¡Qué sensación más excitante! Mi polla estaba a punto de reventar y solo quería penetrarla, pero era su juego y ella decidiría cuando y cómo la follaría.

Poco a poco fue bajando por mi cuerpo, hasta frotar sus pechos con mi pene…

—¡Qué rico Jessica, me encanta!

—¡Jajajaja, lo sé, y a mí me encanta hacerlo!

Se dio la vuelta, poniéndome su coño a la altura de mi boca, invitándome a ella, pero cada vez que hacía intención de lamerla, bajaba y pasaba sus pechos por mi polla...!!! Dios que castigo !!!

No podía ver, no podía tocar, era una tortura china en toda regla.

Pero me gustaba saber que ella tenía las riendas del juego.

Ella sabía como llevar el erotismo a su máximo nivel, y cuándo decidir pasar al sexo.

—Jessica, por favor, no me tortures más. Quiero penetrarte, besarte, necesito correrme. —Le supliqué.

—Ssshhhtt… Yo decido cuándo —me respondió, succionando lentamente mi pene hasta tenerlo completamente en su boca.

Me ofreció su depilado coño, dejándome esta vez que lo lamiera: era un perfecto sesenta y nueve.

Cuando notó que me iba a correr, paró, se levantó, me empezó a besar, liberándome de aquella tortura y pidió:

—Ahora, fóllame: quiero sentirte dentro de mí.

Se empaló mi duro erecto, penetrándola lentamente.

Qué sensación más rica, el aceite, su saliva, y teniendo su coño tan húmedo succionándome.

—Joder Jessica, cómo lo tienes, y cómo entra. ¡No quiero parar!

—Ni yo, pero necesito correrme ya, y que tú te corras conmigo.

Empezó a elevar el ritmo, como si estuviera galopando un pura sangre andaluz, moviendo sus caderas hacia adelante y atrás buscando la máxima penetración, soltando unos gemidos de placer que me hacían enloquecer cada vez más.

—Jessica por favorrr… No quiero correrme. —Le dije aguantándome, sabiendo que era inminente con esos movimientos.

—¡Córrete conmigo ahora, Víctor! ¡Córreteee…!  —Y nos dejamos ir, mezclando mi semen con sus fluidos dentro de ella.

—¡Síííí… joderrrrr… qué rico!

Se dejó caer encima de mí, besándome con dulzura la boca. Nos quedamos así un ratito, disfrutando de nuestros cuerpos embadurnados en aceite, escuchando la canción de los “Últimos Mohicanos”.

Nos levantamos y nos metimos al jacuzzi, donde no tardamos en seguir con otra de las fantasías de Jessica, quedándonos dormidos después bien entrada en la madrugada.

A la mañana siguiente, o mejor dicho, al día siguiente......

Continuará…

jueves, 6 de marzo de 2014

¿Seguimos jugando? Cuéntame que te inspira esta escena.



Déjame soñar que te pertenezco, que soy tuyo. 
Quiero sentirte encima de mí, que me utilices, que disfrutes de mi cuerpo. 
Verte contonearte y observar como el placer se refleja en tu rostro.


domingo, 23 de febrero de 2014

NOCHE EN AMBERES I

Noche en Amberes I


Hacía mucho calor, estaba tomándome unas cervezas en el “Vogelzang”, un barecito típico belga, situado en el Rubensplein, en Amberes.

Era mi última noche antes de irme de vacaciones a la Costa Dorada. Había una gran multitud, los jueves por la tarde era típico que los estudiantes salieran de copas por las calles de dicha ciudad. Lo llamaban la noche de los “Pintjes”.

Me acerqué a la barra, cosa casi imposible, y me puse a esperar a que el camarero me viera para pedir una ronda.

Y ahí estaba ella: una rubia de pelo largo, alta, con una camiseta de tirantes, de esas que llevamos los hombres debajo de la camisa, y unos pantalones vaqueros ajustados, marcando un culo casi perfecto.
Me quedé mirándola. Estaba con unas amigas echándose unas risas. ¡Joder, qué alta era! O por lo menos a mí me lo parecía.

El camarero por fin me vio y se acercó. Hice mi pedido y cuando me volví hacia atrás para clavar mis ojos en ella, me quedé atónito.

La tenía justo al lado: ELLA. Esa mujer que me llamó tanto la atención, que por detrás era perfecta, pero cuando la vi de frente, me lo pareció más aún.

Tenía unos ojos de color caramelo, dientes perfectos y una sonrisa encantadora, pero lo que más resaltaba eran sus pechos, no eran muy grandes, ni muy pequeños, simplemente ¡eran…!
Elevados por un sujetador de color vino, que no te permitía apartar la vista de ellos. Ella me miró coqueta, sacándome una sonrisa. 

De repente me dijo:


- ¡Qué calor hace aquí! ¡Sólo nos falta quitarnos la ropa y estamos en una sauna!

- ¡Ni que lo digas! ¡Nunca he pasado tanto calor en este bar! – Le respondí.

Nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos, cuando de repente me propuso:

- ¡Pues eso tiene solución, les damos las cervezas a nuestros amigos, y salimos de aquí! ¿Qué te parece?

- ¡Me gusta el plan! – Le contesté sin saber porqué.

Estaba con mis amigos y era mi última noche antes del viaje. No me lo podía creer, me iba del bar con aquella rubia impresionante. Entregué las cervezas a mis amigos y me despedí de ellos sin dar explicaciones. 

Fui hacia afuera y la esperé a que saliera.


- Bueno, ¿tienes hambre? – Me preguntó – Podemos ir a un italiano que hay por detrás de la catedral. Se llama La Portolina, donde hacen unas pizzas de masa fina que te van a encantar.

- ¡Perfecto, me gusta la pizza! – Le contesté. 

Fuimos andando, no estaba lejos, y nos sentamos en una mesa en la terraza. Ojeamos la carta y elegimos un vino tinto Ribera

del Duero, Crianza del 2006, una pizza margarita para ella, yo me pedí un diábolo con salami picante.

- ¡Bueno…, me presento! – le dije riendo. – Soy Víctor Suárez. Vivo aquí, en Amberes, pero como ya has podido comprobar por mi apellido, soy español. Trabajo para una compañía de embutidos y soy el responsable de la marca para Bélgica.

- ¡Hmmmm… interesante! – Respondió ella – Yo soy Jessica, Jessica Fallow. Y como puedes comprobar por mi apellido, soy inglesa por parte de padre, pero mi madre es de aquí y nací en Bélgica. Vivo en Mikonos, pero cuando me lo permite mi negocio, siempre me vengo a esta ciudad que me encanta.

Nos levantamos y nos dimos dos besos, rozamos suavemente los labios. Esa sensación era increíble, sentí que había atracción, nos quedamos mirando a los ojos, sin mover una pestaña, cuando ella me preguntó:   

- ¿Te gustan las sensaciones fuertes?

- ¡Claro! En qué estás pensando?

- ¿Qué te parece si nos levantamos, pasamos de las pizzas y nos vamos sin pagar? Me has gustado desde que te vi en la barra y quiero pasarlo bien contigo. Tengo una habitación en un hotel a las afueras de la ciudad.

No sabía que contestar, me dejó sin palabras y mira que eso es difícil. Me animé a ello, nunca lo había hecho. Pero esa mujer despertaba en mí esa parte rebelde que todos tenemos escondida.
Miré hacia adentro, vi que el camarero estaba en la puerta de la cocina, con la espalda hacia nosotros, y en una fracción de segundos me levanté, la agarré de la mano, cogí la botella de vino, y salimos corriendo de aquel lugar sin mirar atrás. Nos metimos en un callejón y ahí, con la adrenalina que invadía nuestros cuerpos, empezamos a reírnos a carcajadas.

- ¡Joder Jessica, nos acabamos de ir sin pagar! – Le dije con la voz sin aliento.

Ella sin pensárselo dos veces, me cogió y empezó a besarme con locura, metiéndome su lengua en lo más profundo de mi boca y respondió:

- Acuérdate de esto: ¡¡¡lo prohibido lo hace más interesante y excitante!!! Ahora vamos, quiero follarte toda la noche. 

Yo le propuse ir a mí piso, pero ella insistió en ir al hotel.


Nos fuimos al parking subterráneo a por su coche. ¡Tenía un Mercedes SLK 300 descapotable automático, de color blanco y de interior de cuero negro, alucinante!

- ¿Me dejas que lo conduzca hasta el hotel? – Le pregunté. 

Tenía ganas de conducir ese coche, jamás había conducido un Mercedes. 

- Claro que puedes, toma las llaves. Pero no corras, no me gustaría que me llegara una multa por exceso de velocidad – Me respondió con una sonrisa. 

Le abrí el portón del pasajero como buen caballero y la invité a subir.

- Después de usted, señorita. 

Me senté en ese flamante deportivo, sentí por un momento que era alguien importante, arranqué y metí la directa, al ser automático me hizo pensar que tendría una mano libre, y puse rumbo al hotel.
Cuando salimos del parking, puse mi mano sobre su pierna y empecé a acariciarla, se notaba que esa mujer dedicaba unas horas al día a ir al gimnasio.

Busqué el camino hacia su entrepierna, frotándola suavemente, sacándole unos movimientos de excitación. Luego le metí un dedo en su boca pidiendo que me lo chupara como si fuera mi pene.
Ella lo chupaba con lentitud, se notaba que le gustaba. Me cogió la mano y me dijo:

- ¡Ven, quiero chupártela de verdad mientras conduces! ¿Te lo han hecho alguna vez así? – Me preguntó.

- ¡Nunca! ¡Pero siempre hay una primera vez! – Le respondí.  

Ella me pidió que echara el asiento un poco para atrás y empezó a frotarme. Abrió el botón de mi pantalón y bajó la cremallera. Sacó suavemente mi duro pene y empezó a masturbarlo.

- Tenemos 5 minutos hasta el hotel. Voy a hacerte correr antes de que lleguemos.

Y empezó a chupar mi punta, mientras con la mano me masturbaba. ¡Dios, qué situación más morbosa! Tenía a aquella mujer entre mis piernas mientras conducía un Mercedes.

Ella aumentaba el ritmo mientras mi corazón cada vez se aceleraba más. Estábamos llegando casi al hotel y quizás no lo conseguiría.

- ¿Jessica? Creo que no lo vas a …. – Le dije con voz de pícaro.

Sabiendo que no le quedaba tiempo, se metió la polla entera en la boca y empezó a succionar, mientras me masajeaba los testículos.

Esos dos movimientos hicieron que no pudiera aguantar más. Y sin decir nada, me corrí en toda la garganta, mientras Jessica seguía chupando hasta no dejarme ni una gota por salir.

Cuando ella se incorporó, me miro y con una sonrisa me dijo:

- Me han sobrado 2 minutos jajajajaaja.

Me dio un beso en la mejilla y seguimos el camino hacia el hotel.

A la llegada, dejamos el coche en el parking subterráneo, y nos dirigimos al ascensor, pasó la tarjeta por el lector, y subimos a la última planta.


Entramos en una suite, con salón y habitación separada, las panorámicas  eran increíbles, tenía hacia el puerto de Amberes y la catedral.


 - ¡Joder Jessica! ¡Vaya vistas que tienes desde aquí!


Ella, con una sonrisa, se acercó y me abrazó y susurrando en mi oído, me respondió:

- Quiero que después me folles mientras disfrutamos de estas vistas que tenemos, pero antes vamos a pedir algo de cenar, ¿te parece?

Yo, que aún estaba alucinando de todo lo que estaba pasando, le respondí:

- Mira Jessica, tengo el vuelo a las 6.30 de la mañana y tengo que ir hasta Bruselas, no me gustaría perder el vuelo. Ella, con tranquilidad se acercó, puso su dedo en mis labios y con una voz de querer devorarme me dijo:

- Si te portas bien y me haces disfrutar, te pago lo que te costó el vuelo, te pediré que el mes que me quedo aquí, te lo pases conmigo, y lo disfrutemos los dos juntos. No te tienes que preocupar de nada, yo me encargo de todo.

Antes de que pudiera contestar, le sonó el móvil, me hizo una señal de estar en silencio y la oí decir:

- Hola cielo, ¿qué haces llamándome a estas horas? ¿Me echabas de menos? 

Quedó a la escucha y continuó.


- Sí claro, yo también te echo de menos, pero sabes que no me gusta navegar, y estar tres semanas en el velero me desespera. Tú disfruta, que a ti te encanta. Yo estoy bien y aprovecho para hacer unas cosas que contigo no puedo hacer, jajajaja. Bueno, te dejo, que estaba a punto de meterme a la cama. Hablamos mañana, te quiero cielo.


No podía creer lo que había oído: ¡¡¡estaba casada!!!

- ¡Tienes marido Jessica! – Le dije con voz desquebrajada – ¿A que estás jugando?

Ella, sin ponerse nerviosa, me respondió:

- Y ¿qué más da? Nos hemos gustado y aquí estamos. Él esta en Grecia y nosotros aquí. No debería de preocuparte. Ahora dime, ¿qué te parece lo que te he propuesto?

No sabía qué responder, pero después de unos minutos pensando, me armé de valor. No podía dejar escapar una oportunidad así, estar con una mujer bellísima y podría pasar mis 2 semanas de vacaciones como nunca.

- Está bien, cenamos algo ligero, y a ver cómo termina la noche. – le contesté, sonriendo.
Me acerqué a ella, la apreté contra mí y la besé con pasión, terminando el beso mordiendo su labio inferior.

- ¡Ufffff… Esto pinta bien! – dijo ella con un suspiro.

Pidió servicio de habitaciones y encargó dos botellas de Don Perignon brut, unos canapés variados y una fuente de chocolate caliente con frutas variadas.

- ¿Qué te parece si aprovechamos mientras nos suben el pedido y nos duchamos en el hidromasaje? – Me preguntó.

- Sí, por favor, quiero ver tu cuerpo desnudo, llevo toda la noche deseando ver lo que se esconde debajo de tus vaqueros apretados.
Ella se sentó en la cama, se quitó los tacones y me pidió que le ayudara quitar esos pantalones estrechos. Le estiré de los bajos dejando al desnudo unas piernas perfectas y unas braguitas del mismo color que el sujetador.

- ¿Quieres quitármelas también? – Me preguntó desabrochándome los pantalones.

Me propuse a hacerlo cuando me paró:

- No, así no, quiero que me las quites con la boca. – Me exigió.

Esa mujer me volvía loco con sus juegos, pero me encantaba. Comencé a quitárselas con la boca, conforme bajaba, notaba un aroma a excitación que me hacía sentir que mi pene se ponía duro por momentos.

Nos fuimos a la ducha. Era enorme, con chorritos de agua por todas partes, y lo mejor de todo, tenía luces de colores e hilo musical.

Jamás había visto eso, pero no hice comentario sobre ello: no quería dejar ver que eso era algo nuevo para mí.


- A ver qué música tenemos para oír, mientras nos duchamos.
Empecé a buscar hasta que oí la canción de los The Christians  "WORDS" y me puse a enjabonarla por detrás lentamente. Tenía un tatuaje en la columna en letras árabes y me pregunté qué significaría.

Ella se dio la vuelta y empezó a enjabonarme también, masajeándome el pene.


Me volvía loco, pero no quería que se acercara a él, quería devolverle el favor del coche a mi manera y la ordené:


- ¡No, no me toques ahí, date la vuelta, apóyate en el muro e inclínate hacia adelante, ofréceme tu culo, voy a hacerte correr con mi boca como me has hecho correr tú a mí!

- ¡Joder, Víctor! Me excita que me mandes, toma mi culo y mi coño. Hazme gemir de placer con tu lengua.

Empecé a devorar su hendidura rasurada, lamiendo lentamente de abajo hacia arriba, terminando en su ano, metiendo la punta de mi lengua.

Cada vez que hacia eso, soltaba un gemido más fuerte, pidiéndome que fuera más intenso y rápido.


- ¡Víctor, fóllame, quiero sentirte dentro de mí! ¡Te lo suplico!

Estaba tan excitada, que no cumplir su deseo sería como un castigo, pero no quería, sólo quería devolver el favor, pero lamiéndola.

- No cielo… sólo te haré correr con mi boca, te follare después de la cena.

Hice más intensos mis pasadas por su clítoris, a la vez que la penetraba con mis dedos, consiguiendo que se corriera en mi boca.

- ¡¡¡Sííííí… me corroooo!!!

Le temblaron las piernas…, cuando se recuperó, se dio la vuelta y me susurró:

- Con lo que me acabas de hacer sentir, te pido por favor que te olvides de tu viaje, y te quedes conmigo.

Sonreí, y contesté:

- Depende de cómo te portes conmigo después de la cena, me quedaré o no. 

Salimos de la ducha y nos pusimos unos albornoces.


Cuando tocaron a la puerta. Era la cena, lo devoramos todo, teníamos un hambre atroz, jugamos con el chocolate caliente y la fruta, lo que nos hizo poner cachondos otra vez. 


La noche fue intensa y placentera, dejándonos agotados y nos abandonamos en un profundo sueño.


Continuará…..

jueves, 20 de febrero de 2014

Sinopsis de Noche en Amberes.

Hola a tod@s, aquí os dejo una pequeña introducción de lo que estoy escribiendo en estos momentos, espero que os guste. Saludos indecentes. Julian


Era su última noche en Amberes, antes de irse de vacaciones a la Costa Dorada. Pensaba tomarse unas cervezas con sus amigos, como despedida. De hecho, había decidido irse pronto a dormir.
Entonces la vio en el local. Era deslumbrante: alta, rubia, con unas piernas y un culo de infarto. Se quedó mirándola descaradamente y, sin saber cómo, se encontró charlando con ella.

Lo último que imaginaba es que se ofreciera ir a cenar con él. A partir de ahí, conocerá a una mujer que no conoce límites, y le llevará a experimentar que el sexo es mas intenso, si lo combinas con sensaciones fuertes. 

sábado, 15 de febrero de 2014

Noche en Amberes

Hola a tod@s,

Hoy hace dos semanas que empecé con este blog, hemos llegado casi a los 2000 visitas. Estoy muy sorprendido, pero me gusta esta sensación de que tengáis interés en saber lo que escribo, quiero anunciar que voy a empezar un nuevo relato basado en una historia sobre Jessica y Víctor.
Se conocieron una noche calurosa de Julio en Amberes.
Desde el primer momento hubo química, y a partir de ahí empieza una aventura, donde darán rienda suelta a sus fantasías sexuales por los lugares mas bellos del país.

lunes, 10 de febrero de 2014

EL HOSPITAL III




El hospital III (escrito por Julián Pulido y editado por Mary Ann)


Alberto entró por su cuenta a la habitación. Mónica le ayudó, junto con una compañera, a subirlo a la cama.

- Bueno muchacho, ¿qué te ha parecido la ducha? – Le preguntó la compañera a Alberto.

- ¡Uff! No te puedes imaginar lo bueno que ha sido: para repetir. ¡En mi vida me había dado una ducha tan placentera! – Le contestó Alberto con una sonrisa.

Mónica, que estaba detrás de su compañera, se puso colorada y sonriendo le guiñó el ojo, haciendo un gesto con la mano, recordando que ése era su secreto.

- Bueno muchacho, seguro que repetirás a partir de ahora, ya que puedes levantarte de la cama – Le respondió la enfermera.

Salieron las dos de la habitación, deseando un buen día a Alberto, quien le devolvió el mismo deseo con una sonrisa.
Pasaron los días y se acercaba fallas.


Alberto ya podía levantarse solo de la cama y le habían puesto una silla de ruedas para poder moverse por los pasillos. Después de estar tres meses en el hospital, había visto entrar y salir varios pacientes de la planta de traumatología. Con algunos hizo amistad y tenía "buen rollo" con todas las enfermeras. Ellas, como los médicos, estaban encantadas del progreso de sus lesiones. Pero de lo que más orgullosos estaban, era de la manera en que se tomaba todo lo ocurrido. Jamás estaba de mal humor y siempre tenía palabras de ánimos para aquel que lo necesitaba. Cuando sabía, por las enfermeras, que algún paciente estaba pasando por un mal momento, no dudaba en acercarse a la habitación para darle ánimos. Alberto tenía un lema, que en su compañía de operaciones especiales siempre su usaba: "Cuando tu cuerpo diga basta, tu mente dirá adelante". Esto lo utilizaba siempre que tenía que bajar a rehabilitación y los ejercicios le hacían pasar un mal rato. Repetía ese lema una y otra vez a los compañeros de planta que sufrían dolor. Aún no sabiendo bien qué quería decir con eso, ellos se lo agradecían e intentaban aplicarse ese lema.
Llegó el día de La Nit del Foc.


A Alberto le encantaba esa última noche de las fallas. Pero sabiendo que estaba dónde estaba, tendría que limitarse a verlo por la televisión. Silvia llegó por la tarde. Había quedado con las amigas para ir a ver las hogueras y después pensaba volver para quedarse a dormir con Alberto. Pero no sabía cómo decirle que se iba a ir con las chicas.

- Hola cielo. – Le dijo al entrar por la puerta.

Silvia iba radiante. Llevaba su pelo de color ocre planchado, un vestido negro con un escote, que le hacía resaltar ese canalillo que a cualquier hombre le volvía loco, y unos zapatos azules oscuros de tacón.

- ¡Jolines nena! ¡Qué guapa estás! ¿A dónde vas tan mona hoy? – Le preguntó Alberto.

- Puess… ¿Cómo te diría yo? Eh… Verás: he quedado con las chicas para ir a ver las fallas esta noche ¿Te importa? – Le preguntó sintiéndose culpable por dejarle solo esa noche.

- Claro que no, Rojita – le respondió. – Sé que te gusta, y aunque a mí me guste más tenerte aquí conmigo, no sería justo decirte que me importa que te vayas. Tú también necesitas divertirte y salir con tus amigas. Llevas tres meses al pie del cañón. ¡Ve y cuando vuelvas, me traes los churros con chocolate!

Silvia le abrazó y le dio un dulce beso con la lengua, como a él le gustaba… y le susurró al oído:

-¡Gracias cielo! Sabía que ibas a ser comprensivo y que no te iba a importar. Te prometo que cuando vuelva comeremos churros y algo mas… Con una sonrisa se retiró y cogió el móvil, e hizo una llamada:

- Hola Lola, soy Silvia. Le parece perfecto lo de esta noche. Quedamos como lo planeamos. Nos vemos en la falla del convento de Jerusalem a las diez. Nos vemos guapa. ¡Ah! Y avisa a las demás, por favor. Hasta luego preciosa.

Alberto, que había escuchado la conversación, no pudo resistirse a preguntar:

- ¿Lola? ¿Has quedado con Lola? ¡Vaya,vaya! Esta noche os espera una gorda. – le dijo con voz de saber que esa noche iba a ser fuerte.

- Sí cielo. Sabes que me gusta salir con ella. Nos compenetramos muy bien y sabemos cuidarnos mutuamente. – le respondió.

Eran las nueve de la noche, Alberto había cenado ya y Silvia estaba arreglándose en el cuarto de baño.

- Bueno cielo. Hora de irme, que con las calles cortadas tengo que coger el tranvía y estarán a tope de gente.

- Pásatelo bien esta noche, y piensa en mí, que esta noche esta Mónica de guardia.

- Jajajaja, ¡Oye guapo! ¡Se mira, pero no se toca! ¿Eh?

- No te preocupes, cielo. No haré nada que tú no harías. – Le respondió con risas y voz de pícaro.

Silvia de despidió de él, y se marchó. Alberto se quedó allí, con el mando de la televisión en su mano, haciendo zapping. En los últimos tres meses, se había convertido en su fiel compañero. Se había visto obligado a cambiarlo por su anterior "novia" el fusil, ya que no volvería a ver su Cetme C, que tanta compañía le había hecho. Mónica entró en la habitación con el termómetro.

- ¡Buenas noches, Alberto! ¿Te han dejado solo esta noche? – Le preguntó con una sonrisa traviesa.

- Sí hija, sí. Me han dejado solo y encima diciéndome "que te puedo mirar y no tocar" Jajajaja. – Contestó riendo.

- No te preocupes, guapetón. Seguro que esta noche pasará algo que te hará olvidar este momento de estar solo, en esta habitación. – Le dijo Mónica, con una voz aún más pícara, dejando a Alberto sin saber qué pensar.

Todo esto le estaba mosqueando, ya que Silvia con Lola, Mónica con este comentario ahora, le sonaba a querer reírse de él.

- ¿Qué pasa hoy? ¿Os habéis empeñado las mujeres en joderme y reíros de mí esta noche o qué? – Preguntó Alberto, enfadado.

- ¡Tranquilo, boina verde! ¡Que te sale el genio guerrillero! – Le respondió Mónica. Sólo quiero animarte y hacerte saber que la noche te puede traer sorpresas…

Mónica cogió el termómetro, lo miro y dijo:

- Y encima no tienes fiebre hoy. ¡Mejor que mejor!

Salió de la habitación, sin darle tiempo a Alberto para contestar. Alberto se quedó estupefacto. No entendió nada, y menos que saliera Mónica de la habitación sin decir "buenas noches, que duermas bien". Se quedó viendo una película de risas, ya que no tenía ganas de pensar en todo lo que había pasado. Sólo quería que pasaran las horas y dormirse, para despertarse con sus churros y chocolate.

De repente se abrió la puerta, y ahí estaba Jose con Simón, sus dos amigos fieles.

- ¡Coño! ¿Qué hacéis aquí a estas horas? ¡Qué sorpresa veros! – Exclamó con alegría.

- ¿Qué pensabas, que te íbamos a dejar aquí solo, en este día del Nit del Foc? ¡Con lo que te gusta a ti ver un castillo de fuegos artificiales, ni de coña! – Le contestó Jose, que sacó una bolsa con ropa para Alberto.

- ¡Vamos campeón, vamos a vestirte, que te llevamos a ver el castillo! – Comentó Simón.

- ¿Estáis locos? ¿Qué queréis, que me echen la bronca por salir del hospital o me pase algo? – le preguntó Alberto, con voz de "qué leches está pasando aquí".

Simón salió de la habitación y entró con Mónica, que venía riéndose.

- Jajaja, ¿Qué te dije, guapetón? Que esta noche pasaría algo que te haria olvidar que ibas a estar aquí solo. – Le dijo Mónica.

- Pero Mónica ¿Cómo puede ser esto? ¿Estáis todos locos? Que esto no se puede hacer sin el permiso del médico, ni la jefa de planta – le interrogó Alberto.

- No te preocupes. Está todo arreglado. Pedí todos los permisos para que pudieras salir esta noche. ¡Tú diviértete! Pero eso sí: ¡No hagas locuras y no entres por puerta de urgencias! – le advirtió Mónica, con los ojos llorosos de alegría. Le hacia ilusión ver que Alberto, después de tres meses pudiera salir por unas horas del hospital, en su silla de ruedas.

- ¡Joder! Lo teníais todo planeado, por lo que veo. ¿Silvia sabe de esto? ¿Por qué no se quedó? – Preguntaba Alberto todo confundido.

Jose, que de ver la cara de sorprendido de su mejor amigo, se moría de risa respondió:

- Ella no sabe nada de nada. Lo planeamos todo nosotros. La única que sabe de esto es Lola, que a su vez le va a dar la sorpresa a Silvia. – le aclaró Jose entre carcajadas.

Mientras tanto Alberto se iba vistiendo, ayudado por Mónica, que quería ser partícipe a la hora de ponerle guapo: le aseó, le peinó y le perfumó.

- ¡Listo muchacho! ¡Preparado para la batalla! Pásatelo bien. Y recuerda: no bebas mucho alcohol, por la medicación que estas tomando. – le advirtió.

- ¡Gracias Mónica! No sé cómo pagarte todo lo que estás haciendo por mí. ¡Te traeré unos churros para que desayunes! – se despidió.

Salieron "los tres mosqueteros" de la habitación, con la silla de ruedas por delante. Alberto llevaba una sonrisa de oreja a oreja, pero a la vez estaba asustado, aunque listo para divertirse y disfrutar de esta Nit del Foc. Cuando salieron del hospital, cogieron el tranvía que les llevaría cerca del Convento de Jerusalem, la falla de la que Lola era fallera. Allí estaría Silvia con Lola y unas amigas más, sin saber que Alberto venía de camino. Jose llamó a Lola para avisarle de que estaban en camino, y advertirle que se fueran al sitio acordado, para encontrarse enseguida, y así no tener que estar llevando a Alberto por todo la multitud. Cuando llegaron al sitio convenido, Alberto vio a Lola, le hizo una señal y Lola supo enseguida que hacer.

- ¡Silvia, ven! – le dijo Lola. – Quiero presentarte a un amigo super-simpático, que está como un tren.

Silvia se dio la vuelta, y cuando vio a Alberto ahí sentado en la silla de ruedas, se echo a llorar.

- ¡Cariño! ¿Qué haces aquí? ¿Te has escapado del hospital para venir? – Le preguntó Silvia, sin saber lo que estaba ocurriendo.

Se acercó a él y se fundieron en un abrazo.

- No, Rojita. Estos "julandrones", incluida Lola, lo tenían todo planeado. Pidieron permiso al médico y se lo dieron. – Le respondió Alberto con alegría.

Todos se pusieron a hablar y estaban contentos de saber que Alberto no iba a perderse esta noche que a él tanto le gustaba ver. Lola propuso subir a su piso para ver el castillo, que estaba a punto de empezar. Ella tenía unas vistas increíbles sobre el río Turia. Subieron todos, y se asomaron al balcón. Silvia no se apartaba de Alberto, estando pendiente de que no le faltara nada.


Cuando empezaron los fuegos artificiales, se abrazaron y disfrutaron de esos veinticinco minutos de sonido, color y olor a pólvora. Cuando todo terminó, Silvia se acerco a Lola, y le susurró algo al oído,

haciéndole reír. ¿Qué sería lo que le había dicho? Lola se acercó a sus otras dos amigas y les comentó algo que a la vez les hizo reír a ellas. Alberto, a quien no se le escapaba ni un detalle, exclamo:

- ¿Qué estaréis tramando? Mmmm… Pero "me pone" saber que puede ser caliente…

Las dos amigas cogieron a Jose y Simón y se los llevaron a una habitación. Cuando Lola, Silvia y Alberto se quedaron solos en el salón, Lola se acercó a Silvia y empezó a besarla suavemente los labios mientras miraba fijamente a Alberto, con ojos de deseos. Después se acercó a Alberto y le guió hasta la habitación. Le ayudaron a subirse a la cama y le desnudaron con delicadeza.

- ¡Disfruta de tu primera salida y de lo que te vamos a hacer! – le dijo Silvia, acercándose a Lola para pasarle la lengua suavemente por los labios.

Alberto se excitaba sólo de ver como su novia besaba a esa mujer morena, con unos pechos perfectos.

Lola puso un CD de "Sade" para calentar el ambiente, y le susurró a Silvia que empezaran a desnudarse mutuamente al compás de la música… muy despacio… con delicadeza… Alberto se limitaba a mirar como esas dos mujeres bellas se desnudaban, mientras se tocaba su miembro y lo ponía duro.

- ¡Hey, Cojito! ¿Te gusta lo que estas viendo? – Le preguntó Silvia, mientras se ponía detrás de Lola, tocándole un pecho y poniendo la otra mano en su depilado pubis.

- ¡Me excita veros cómo os tocáis, mientras me tenéis aquí castigado! – Le contestó con voz desquebrajada.

Lola puso su mano en la entrada húmeda de Silvia, mientras con la otra mano, le acercó la cabeza, invitando a que le besara el cuello…

- ¡Disfruta de este espectáculo, pronto te haremos disfrutar a ti! – añadió Lola.

Las chicas bailaban con movimientos muy sensuales, al compás de ¨By your side¨, mientras no dejaban de tocarse mutuamente. Lola se dio la vuelta y besó lentamente el cuello de Silvia, bajando hacia su pecho, dejando un camino marcado por la humedad de su lengua. Cuando llegó al pezón, lo mordió suavemente, sacando un gemido a Silvia. Eso la excitó tanto que bajó más, hasta quedarse a la altura de su húmeda hendidura. Entonces empezó a darle suaves besitos, y metiéndole la punta de su lengua, sintió su humedad. Silvia le agarró de la cabeza y la invitó a seguir… subiendo una pierna a la cama para que pudiera verlo mejor. Alberto disfrutaba del performance lésbico que su novia y su mejor amiga le estaban ofreciendo.

- ¡Joder… me estáis poniendo muy cachondo! – Exclamó excitado – ¡Quiero teneros aquí, en la cama!

Silvia, cumpliendo la orden de su novio, cogió a Lola de la mano y se acercaron a la cama. Silvia se arrimó a su cara, metiéndole la lengua en su boca, mientras Lola empezó a chuparle su pene. Alberto, al sentir la boca húmeda alrededor de su miembro, le pidió a Silvia que hiciera lo mismo. Ella no lo dudó, se acercó a su polla, y empezó a chuparla, mientras Lola le lamía los testículos.

- ¡Diosssss… qué rico! – Gimió – ¡Seguid así!

Las dos se cambiaban de posición, hasta que Silvia se levantó y se sentó encima de su cara, ofreciéndole su húmeda hendidura.

- ¡Chúpamela cariño! ¡Siente mi calor y humedad en tu boca! – le pidió Silvia excitada.

Alberto empezó a lamerla despacio metiéndole un dedo. Conforme iba lamiendo mas deprisa le metía otro dedo, haciéndole gemir de placer, Lola, viendo como disfrutaba Silvia, se acercó a ella, ofreciéndole a la vez su hendidura. Alberto estaba muy excitado y necesitaba meter su polla en el coño de su novia.

- ¡Silvia, súbete encima de mí y fóllame! – Le pidió con voz grave.

Silvia se subió despacito y se sentó en cuclillas encima de él, cogiendo con su mano ese enorme falo y metiéndoselo despacio. Empezó a follarlo despacio, para ir subiendo lentamente el ritmo, mientras Lola se limitaba a ver

- ¡Así, cariño, así… fóllame como tú sabes!

Alberto estaba a punto de correrse, y le pidió a Lola que besara a Silvia, mientras él se corría. Lola se acercó a ella y empezaron a besarse locamente, entrelazando sus lenguas.

-¡Sí… así… qué rico veros… como os besáis! – Eso le hizo enloquecer y se corrió dentro de su novia sin poderle avisar.

- ¡Cariño, me he corrido dentro de ti! – dijo Alberto.

- ¡No te preocupes cielo, he empezado a tomar los anticonceptivos! – le respondió Silvia.

Ella se bajó despacito de la cama, se tumbó a los pies de él e invitó a Lola a subirse encima de ella, haciendo un 69.

- ¡Vamos Lola… nos toca a nosotras corrernos!

Lola se subió y empezaron a lamerse locamente sus coños húmedos. Les encantaba terminar los tríos de esa manera. Era una regla que tenían: Silvia follaba a Alberto y ellas se corrían juntas. No tardaron en lograrlo, mientras Alberto miraba. Eran las cuatro de la mañana, Alberto estaba cansado y quería irse.

- Silvia por favor ¿podemos irnos? Estoy muy cansado y no quiero molestar a esos dos, que se lo están pasando en grande.

- Silvia, muy comprensiva, avisó a Jose de que se iban. Llamó a un taxi y se despidieron de Lola. Antes de llegar al hospital, pararon en un puesto de churros para comprar a Mónica los prometidos por Alberto. Cuando

llegaron, Alberto fue directamente a la habitación, mientras Silvia le llevaba los churros a Mónica. Al entrar en la habitación, Silvia vio a Alberto dormido en la cama. Se había subido solo: eso le sorprendió y a la vez le dio alegría, ya que eso significaba que quedaba poco para irse para casa. Silvia se cambió y se tumbó en el sofá, quedándose profundamente dormida. Fue una noche de lujuria, donde alegría, sexo y amistad les llevaron al máximo éxtasis.

Fin.